
Chamberí | suplemento cultural |
Con Salvador Illa, vuelve Cataluña
Editorial de 'El Socialista'
Hay muchas razones por las que reivindicar el orgullo de sentirnos socialistas.
Unas tienen que ver con la historia, con nuestro pasado; con sentirnos depositarios de una herencia valiosa, repleta de lucha, compromiso y dignidad. Otras tienen que ver con el futuro que anhelamos; el que trazamos, con los pies en la tierra, desde una innata rebeldía contra la injusticia.
Pero si hay un motivo por el que merece la pena reivindicar con orgullo el valor de estas siglas es porque pertenecen a una fuerza que, por encima de todo, sabe leer como nadie el momento que le toca vivir. Es una cualidad que identifica a las y los socialistas que nos precedieron y a los que están por venir; la razón que nos hace rabiosamente modernos, incluso con 141 años a cuestas. Ese es el hilo invisible que nos ata a través del tiempo y la distancia, en esta España plural y orgullosamente diversa que tejemos día a día con la palabra y con hechos.
La sociedad demanda hoy de la política capacidad para alcanzar acuerdos y forjar consensos.
Obliga la aritmética parlamentaria, reflejo de una pluralidad que ni nos asusta ni nos incomoda. Pero también obliga una responsabilidad que nos define como socialistas, por oposición a la derecha que se desentiende sin complejos. Una derecha indolente y temeraria, a la que no le importa poner en riesgo el mecanismo de gestión de los fondos europeos -cruciales para la recuperación económica- practicando aquello que mejor sabe hacer: vivir del bloqueo parasitando y obstruyendo.
La frívola irresponsabilidad de PP y Ciudadanos es un lujo que el PSOE, por sentido de estado y de país, jamás se podrá permitir. Y, francamente, si esa actitud representa una carga adicional, como socialistas la llevamos con orgullo.
Ser socialista es rebelarse contra el fatalismo que conduce a la melancolía. Es tener las agallas de impugnar la parálisis de las trincheras, en las que se cobijan quienes han hecho del conflicto una forma de vida para ocultar su ausencia de proyecto, como ha ocurrido en Catalunya durante demasiado tiempo.
Salvador Illa ha empezado esta semana a forjar una alternativa ganadora en la tierra que le vio nacer. Una alternativa para el reencuentro entre catalanes tras años de división y enfrentamiento estéril. Una alternativa para unir lo que tantos, con tanta irresponsabilidad, se empeñaron en romper, con graves consecuencias para la economía y la sociedad catalana.
El triunfo de Salvador Illa el próximo 14 de febrero será el triunfo de la Catalunya que quiere pasar página a una década perdida. De la Catalunya que decide avanzar por encima del bloqueo para reencontrarse con la esencia de sí misma: una tierra abierta, solidaria, plural y dinámica. Un lugar en el que nunca se preguntó a la gente de dónde viene, sino a dónde quiere llegar.
Se va un gran ministro y con su marcha hay cambios en el gobierno. El relevo no es traumático, porque en este partido hay cantera de calidad. Carolina Darias ya ejerce como Ministra de Sanidad, y Miquel Iceta asume Política Territorial. Ambos con la firme voluntad de seguir impulsando una cogobernanza imprescindible para derrotar de una vez por todas a esta maldita pandemia que tanto dolor ha causado en nuestro país y en el mundo entero.
Suele decirse que el momento más sombrío es el que precede al alba. Atravesamos la tercera ola con incertidumbre y temor, en un pasadizo oscuro que parece no tener fin. Pero, por más que cueste encontrarla, hay luz al final de un túnel que iluminan la ciencia y el sacrificio de quienes, desde la sanidad pública, luchan contra el virus en los hospitales sin descanso.
Al final del camino reside la esperanza de reconstruir todo lo que esta pandemia se ha llevado. Pero, como socialistas, no vamos a conformarnos con rehacer todo lo perdido. Haremos del dolor de esta experiencia un acelerador histórico para impulsar las transformaciones que hagan del nuestro un país más digno, justo, moderno y feminista.
Un país que no vuelva a condenar al exilio económico a nuestras investigadoras o a precarizar la sanidad pública. Un país que ofrezca esperanza y alternativa a los jóvenes.
Un país en el que ser mujer no implique enfrentarse a una carrera constante de brechas y techos de hormigón armado. Un país en el que lo que una niña pueda llegar a ser no dependa del lugar ni de la familia en la que viene al mundo.
Ser socialistas, hoy, es luchar por hacer realidad ese país.